Cuento | Noche de octubre
La noche era particularmente fría. Había un silencio extraño y extendido, los gritos de los perros se escuchaban lejanos, aislados en la oscuridad de las calles. Carlos bajó del coche y desmontó la escalera del toldo. Escuché una ventana abrirse y vi en lo alto la carita de Dafne sonreírnos. Colocamos la escalera frente a ella y Dafne comenzó a bajar, llevaba una maleta mediana rosa en sus manos. Carlos le dijo susurrando que la aventara. Dafne lo hizo y bajó más rápido. Ya en tierra, me sonrió con amplitud y me abrazó con intensidad por un momento. Quitamos la escalera y corrimos hacia el automóvil, como adolescentes, riéndonos y mirándonos con amor. Carlos arrancó el motor y salimos de ahí.
—¡No mames! —dijo Dafne—, ¡no puedo creerlo!
Carlos y yo nos miramos y sonreímos con ella. Se hizo un silencio largo después de que nos calmamos. Íbamos por la autopista, con la luz de los faros alumbrando el camino solitario en medio de la penumbra, sin el reflejo de la luna.
—No sabía que te habías casado bien —le dije a Dafne.
Dafne miró hacia la ventana y suspiró.
—Perdón —dijo Dafne, tomando mi mano—, sabía que lo dejaría, no valía la pena mencionarlo. Además, pensé que tal vez por un momento tú y yo… Ya sabes. Hasta que me dijiste de Elena.
Guardé silencio. Miré hacia adelante.
—¿Desde cuándo te golpea? —dije.
Dafne miró hacia afuera.
—No recuerdo exactamente. Una pierde esa noción. Son recuerdos que he bloqueado, supongo. Leí que una tiende a pausarlos. Como a borrarlos. Todo iba bien, no sé qué pasó. Los últimos dos meses comenzó a ponerse más agresivo. La calidad de vida que llevábamos lo asfixió, no sé, solo lo supongo. Nunca pensé que me pasara a mí, pero ps’ —Dafne me volteó a ver con tristeza—, mírate, aquí me andas rescatando.
Sonrió.
Carlos la miró. Bajó la cabeza. Nos quedamos callados y todos miramos al frente, escuchando la voz de la noche y viendo el asfalto negro y poroso, casi interminable, adornado por fantasmas viejos y amarillentos que nos guiaban por el camino.
—Pensé que te quedarías con Imma —dijo Dafne.
—Estuve con ella un tiempo, pero no sé, se perdió bien feo la relación. Después tuve otras novias, hasta que conocí a Elena en la universidad.
Dafne pasó su mano izquierda por mi pelo. Su piel olía dulce, como a chicle de frutas. Escuché sus pulseras tan cerca de mi oído. Me quitó su mano y mensajeó en su móvil. La vi de perfil.
Carlos nos comentó que tenía hambre. Dafne señaló una gasolinera en la lejanía. Algunos kilómetros más adelante nos detuvimos cerca de un puesto de tamales. Bajamos. El frío nos hizo pequeños.
Dafne y yo caminamos hasta el cofre del coche y nos recargamos en él, cruzamos las piernas y entramos en calor gracias al motor.
—¡Están deliciosos! —dijo Dafne, comiendo—. Ya tenía hambre también.
Carlos comía cerca del puesto, mirando hacia el horizonte delineado por una laguna de luces pardas que brillaban en medio de la oscuridad. Carlos casi nunca decía nada, solo bebía y comía con la familia mientras nos escuchaba platicar. Nada más. No tenía más familiares que nosotros, lo “adoptamos” después de que su mamá y su hermana murieran calcinadas en el accidente de Tultepec. Verlo ahí me dio ternura y orgullo por tenerlo a mi lado como amigo, hermano. Dafne se acercó a mí, se puso melosa, le alcancé a notar el ojo derecho un poco lastimado.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien porque estoy a tu lado...
Me besó. Sus labios tenían un sabor fuerte a bilé. Su lengua estaba tan tersa y húmeda. Se recargó en mi pecho y me dijo que mi corazón se escuchaba tan calmado. Su pelo voló un poco por el viento.
—Juremos no olvidarnos.
La miré y le sonreí. Le quité el pelo de la cara. Juré.
Después de cenar, tomamos camino de nuevo hasta llegar a la terminal del Norte. Las luces nos espantaron un poco el sueño. Dafne caminaba tomada de mi mano. Llevaba su maleta en mi hombro izquierdo. No deseaba que se fuera.
—¿Y allá estarás bien?
Dafne hizo una pausa. Me dijo que sí.
—¿No hay manera de que te encuentre?
Lo negó moviendo la cabeza.
Mientras esperábamos, nos sentamos en una cafetería y comimos de nuevo. Dafne recordó aquellos años de secundaria que compartió con Carlos. Mientras la escuchaba, traté de verme a mí mismo en todos esos lugares o situaciones que mencionaba pero me fue imposible. Le dije que no recordaba casi nada de lo que decía. Juraba riendo que todo había sucedido y que por esa razón me tenía en su mente con mucho cariño. Carlos nos miraba sonriendo mientras bebía su americano y disfrutaba de su cuernito con jamón y queso amarillo.
—Te juro que todo es verdad —dijo Dafne mirando a Carlos y sonriéndome, tomando mis mejillas y besándome en la boca—. Te amo tanto.
Una mujer a través de un altavoz anunció la partida del camión de Dafne, dejamos de sonreír y nos levantamos. Dafne me abrazó fuerte, lloró un poco mientras me decía que me extrañaría mucho. Le dije que todo estaría bien. Me dijo que estaba segura que sí.
—Ojalá todo hubiera sido de otra manera —dijo Dafne.
Le dije que ningún matrimonio era perfecto.
—Me refiero a nuestra relación. Ojalá hubiéramos funcionado, ojalá nunca hubieras conocido a Imma, ojalá no tuvieras a Elena…
No le dije nada, ¿qué podía decirle?
—Yo te llamo, ¿okay? —dijo.
Despedí a Dafne con un beso en la boca. Le agradeció a Carlos y le pidió que me cuidara mucho. Tomó sus maletas y caminó a su autobús. La vimos decirnos adiós desde el camión. De pronto se levantó de su asiento y me dijo algo a través de la ventana.
© 2005 Enrique Monroy
© 2024 Enrique Monroy
Nota: cuento escrito el 6 de marzo de 2005. Es un cuento inédito.
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