Cuento | El listón rojo
para Joselin
La miré por un momento, estaba casi recostada en el asiento del copiloto, en posición fetal, sosteniendo sus piernas con ambas manos; había dejado de hacer pucheros y su cara lucía completamente relajada. Miraba las luces del camino, las observaba como si fueran luciérnagas. Estaba triste por su cámara Leica que habíamos perdido en Zipolite. “Ahí tenemos todas nuestras fotos, esperaba tanto este viaje, ahora tenemos que regresar”. No supe qué decirle. “Te irás a España y no tengo fotos de ti”. Le dije que nos tomaríamos un par llegando a casa. Bajó un poco la ventanilla, me dijo que deseaba sentir el aire de la noche. Miré su listón rojo en medio de su pelo. Su coleta castaña se veía tan viva.
—Todo el viaje ha sido un fiasco. No debimos venir a Oaxaca. Te irás y no tendré esa foto tuya saliendo del mar, con tu cara mojada antes de besarme.
No supe qué decirle de nuevo. Solo intentaba calmarla.
—No tengo fotos de nuestra cama, de la hamaca en donde me besaste. No tengo un recuerdo tangible del lugar que hicimos nuestro. Solo quedarán nuestros recuerdos fragmentados.
—Seguro recordaremos lo mismo, cariño.
—¡Claro que no!, al menos no con la exactitud de una foto.
Tomé su mano pero la alejó de mí. Continuó mirando hacia la ventana. Me di cuenta que seguía a la luna, no dejaba de verla.
Habíamos dejado muchas cosas para ir a Oaxaca. Cancelamos nuestra fiesta de graduación por el viaje. Nuestros padres conversaron una tarde al respecto en el Sanborn’s de Las Américas. Todos se quejaron de que no podrían festejar ese logro con nosotros, pero al final nos apoyaron. Salimos de la ciudad un domingo por la tarde.
—Por ejemplo, nunca voy a olvidar somo surfeaste por primera vez, había tomado una seguidilla de fotos en blanco y negro. El mar y tú.
—Ya planearemos otro viaje.
—¡Por qué eres así!, ¡no será lo mismo!... Quién sabe quiénes seamos en un año o dos. Tienes todos esos proyectos universitarios y yo el trabajo en Querétaro. No seremos los mismos.
La miré.
—Yos', todos los días somos alguien distinto al día anterior, algo nos cambia, por muy leve que sea, pero eso no significa que cambiemos por completo, y menos con las personas que amamos.
—Estás siendo condescendiente.
Lo negué.
—Sabes muy bien que sí. Seremos personas distintas después. Tanto que pasamos y esto de la cámara es un augurio. Como eso que me contaste de los mexica. Eso de la llorona, ¿recuerdas? Mejor no me lo hubieras dicho.
Le dije que aquello era una leyenda.
—Sabes que soy demasiado mística. No te lo había comentado, pero Jena me dijo antes del viaje que después de todo esto, no habría nada más entre nosotros, que había visto una foto borrosa nuestra, como una NO foto, así lo dijo. Ahora tengo miedo.
—Cariño, no puedes creer esas cosas tan a la ligera; en general ha sido un excelente viaje. La pérdida de la cámara no puede definir eso.
—Me dijo que te irías una noche de lluvia. Que nunca más regresarías por mí, que me marcarías de por vida.
Le tomé la mano de nuevo. Le dije que todo estaría bien.
Ella no era la de antes, habían cambiado sus gestos. La noté más reflexiva. A veces creo que nuestra relación la cambió por completo. El amor era la causa. No disfrutaba con plenitud nuestro romance, sino que lo padecía. Tenía razón en todo, también tenía miedo de perderla. Todos la deseaban, pero había algo en mí que me hacía desearla de otra forma, como una nostalgia perpetua, dolorosa. Sé que ambos sentíamos siempre lo mismo. Miedo. Nunca lo platicamos pero en Zipolite lo sentí en una de las últimas noches, cuando terminamos de hacer el amor. Sentí como si algo nos fuera a separar. La sentí más lejana, como ahora cuando la observo mirando hacia la ventana, viendo las luces como si fueran el final de alguna proyección. Ella no era la misma, y me sentí tan culpable. Tal vez ella también sabía que no teníamos futuro y era por eso que deseaba guardar las fotografías, para recordarnos como algo que nunca seríamos de nuevo.
—Hace frío por esta parte, quiero dormir y no puedo.
—Ya falta poco para llegar, cariño. Trata de descansar.
Por primera vez en el viaje ella me tendió la mano. La alcancé y la apreté un poco. La sentí más cálida, suave. Quería su cara.
Mientras conduzco, la recuerdo pasearse por el patio de la universidad; también la recuerdo riendo en aquellos pasillos de loseta persa del hotel. Su pelo suelto. Cubriendo siempre sus orejas porque nunca le agradaron, decía que rompían la armonía de su hermoso rostro. Nunca pude verlas bien salvo una tarde en casa de Karen, mientras la besaba con torpeza en el sofá de gamuza camello de la sala.
—Deberíamos pararnos y ver las estrellas —dijo.
Sabía que decía esas cosas cuando sentía nostalgia o deseaba sentirse querida. Le dije que no podíamos parar. “Lo sé”, me respondió con desgano. Continúe manejando tomando su mano. Llegamos a casa de madrugada, era miércoles. Tenía en mí una sensación de asco por conducir tantas horas. Necesitaba dormir en nuestra cama. Las vacaciones no habían sido vacaciones, y le prometí mientras ella tomaba un baño, que nunca más conduciría tanto tiempo. Me contestó desde la regadera que me entendía, que ella tenía sus piernas entumecidas y algo hinchadas. Esa noche nos acostamos mirando hacia el techo, viendo el reflejo de la luz del patio a través del agua de la fuente.
Regreso a México en avión. Tengo la cámara en mis manos, he visto las fotos. Ella lo predijo, hemos cambiado. El capitán anuncia que estamos cerca de la Ciudad de México. Mi compañera de vuelo me dice que mire por la ventana, que llueve y que los rayos en el cielo se ven impresionantes. Le digo que no me apetece. Le prometo entre risas que no volveré a volar de nuevo. Ella dice que no sea tan duro conmigo mismo.
He visto de nuevo el cuarto. La hamaca en donde la besé después de salir de la alberca. Nuestra cama, que ahora ya es otra, es más grande y ahora tiene almohadas enormes que de ninguna manera le habrían gustado. La imagino llamando a recepción, pidiendo cambiarlas. La alberca ahora es un poco más amplia. Todo es diferente. Pero el mar sigue igual. Pude verlo desde el balcón, en donde besé su hombro pálido una tarde de lluvia que nos impidió ir a la playa. Esa tarde nos quedamos bebiendo hasta la noche. Vi el cuarto de nuevo, y la recordé caminando por la habitación como cuando pasaba por el patio en aquellos días de universidad. La vi acostada en esa cama que ahora no es la nuestra. La vi pero no estaba. La perdí. Me senté al borde de la cama y me dediqué a observar lo poco que recordaba de nosotros, tuvo razón en todo. Sin las fotos solamente quedan vestigios opacos de lo en realidad sucedió. No vi las fotos hasta que subí al avión y tomé un par de Dramamines. Una copa de whisky me calmó más. Mi compañera de vuelo ve las fotos y me pregunta si es mi esposa. Le digo que sí, pero no es verdad. Me dice que es hermosa. “Fue nuestra primera vez en Zipolite”. Me pregunta en dónde está.
La llamé pero ya no era mía. Cambiamos, como dijo. Éramos otros. Todo estaba dicho desde que perdió la cámara. Tengo que borrar las fotos. Perder de nuevo la cámara. Aún me pregunto por qué regresé. No es lo mismo regresar solo. No fue lo mismo, como ella dijo, por eso era importante recuperar la cámara. La llamé para decirle que la había recuperado, pero ella ya no era mía. En España no la olvidé como ella dijo, solo pausé su recuerdo. Además, ella quiso seguir en Querétaro porque ahí ya tenía otra vida.
No recordaba cómo era la cámara. Plateada, pequeña. Recuerdo sus manos en ella. Sus pies adentro del agua; su cabello mojado, escurriendo lejía. Su piel blanca, húmeda. Ahora lo recuerdo mejor, puedo verla en los lugares que vi en soledad. Nos quedamos en silencio, no dijimos nada más. Luego perdió la cámara y sacó su listón rojo, como protección. Se lo amarró en su coleta y solo así se sintió segura. Le dije bromeando que se lo quitaría, la perseguí por el cuarto, me golpeó con las almohadas. De eso no hay fotos, pero lo recuerdo. La recuerdo riendo a carcajadas, defendiéndose de mí e impidiendo que le arrebatara el listón rojo de su cabeza.
Me prometo jamás volver a viajar. Uno deja tanto en cada sitio que va. Tantas historias en un lugar pasajero. Aunque viajé en avión me siento cansado de nuevo. Recuerdo a Yosi' mirando hacia la ventana en aquella carretera interminable, montañosa, lamentándose por haber perdido tanto. Veo mi mano y ella no está.
© 2005 Enrique Monroy
© 2024 Enrique Monroy. Registrado en Safe Creative.
Cuento escrito el 11 de julio de 2005. Es un cuento inédito.