Cuento | Dímelo todo ahora




para Ale

Por la mañana, Ale me ha dicho que se casará con Jacobo, me lo ha dicho entre lágrimas y sollozos mientras conducía por Eduardo Molina. La miré por un instante. “¡No sé qué sucedió, ni siquiera sé si es tuyo o de él!, ¡no sé cómo pudo pasar!”, dijo, limpiándose el llanto. Le pregunté si estaba segura. “Ayer fui con el doctor”, dijo calmada, suspirando, mirando hacia la calle. Vi a la gente a nuestro alrededor, me pregunté si alguien tendría un problema similar al nuestro. Ale tenía esa expresión que nunca le había conocido, como de abandono, de angustia. Había música, pero no recuerdo qué sonaba. Las lágrimas de Ale cedieron después de un rato, intenté buscar su cara, le pregunté si se encontraba bien. “Sí, estoy bien. Solo no sé qué hacer”. Nos quedamos callados por un momento. “Yo creo que debo quedarme con él, es lo más lógico, tú tienes a Cheli”. Le dije que entendía. Ya no hablamos más. Nunca nos habíamos quedado tan callados tanto tiempo.

Apenas un día antes recordaba su cuerpo en mi cama, con esas piernas gruesas tan abiertas, semidesnuda, con aroma a nuestro sexo, dormida bajo el reflejo de la luz de la sala. La recuerdo escuchar roncar un poco. Nunca la había visto soñar a pierna suelta. Sentí que habíamos perdido algo que había sido nuestro por tanto tiempo. Todo cambió cuando se enteró de mi ruptura con Erika. Dejamos de mirarnos como antes. Ale no se podía explicar cómo había perdido la capacidad de amarme al no saberme con otra persona. “Necesito que estés con alguien más”, me dijo una tarde mientras regresábamos de Plaza Aragón por el metro. A lo lejos veíamos los grandes edificios de Valle, tan brillantes por el ladrillo que el sol de las seis de la tarde parecía desgarrarse en ellos.

Ya nunca nos vimos igual en el andador de California, en donde nos besábamos casi a escondidas de todos. Un martes lluvioso de abril, mientras nos abrazábamos en aquel andador, Ale me dijo que mejor nos fuéramos a mi casa porque su hermano había regresado de Zamora y podía vernos desde su ventana. Así fue como caminamos juntos a nuestro lecho de mentiras, como siempre, con la culpa a cuestas. Ahí en la sala, mientras la tarde se desvanecía frente a nuestros besos salvajes, terminamos por destruirnos.

Ayer por la madrugada sentí que algo nos faltaba, alguna pieza que no lograba encontrar. Me levanté y me dirigí a la ventana, el viento de junio me refrescó un poco. Ale se movió de nuevo y la vi por completo, estaba tan dispuesta. Tome un cigarrillo del buró y le prendí fuego. La miré en la cama. Me buscó en medio de la noche. Le dije que extrañaba tanto hablar con ella por teléfono, que me encantaba escucharle decirme que era el único amor en su vida, lo tanto que me necesitaba.

—Ven a la cama —dijo, dándole golpecitos al colchón. 
—Dímelo todo ahora —dije.

Me acerqué a ella y me lo dijo todo.

Sin que le dijera alguna palabra, sabíamos que después de aquella noche nunca más podríamos estar de nuevo juntos. Me lo dijeron sus ojos, sus labios al apretarse mientras le dije que la amaba, que la necesitaba.

—Ven —dijo—, vamos a dormir.

Por la mañana me despertó dándome besitos por toda la cara.

—Me bañaré primero, tengo que ir a una cita de trabajo.

Íbamos por la 306 cuando comenzó a decirme que debía comentarme algo. Entonces lo supe. Me explico todo. Como fue que me dejó de amar y como se vio angustiada por terminar posiblemente casada con Jacobo. Recordó mucho esa tarde cuando me vio por primera vez afuera de la tienda de Doña Claudia. Me preguntó con insistencia qué nos había pasado. Le dije que no sabía.

Ya no la besé.

Me dijo que debía bajar en Pelícano, que iría hacia Martín Carrera. Tomó su bolso y salió del asiento con prisa, sin mirarme. Traté de buscarla entre la gente. Volteó antes de hacer parada. Me miró con pena, me pidió perdón a lo lejos. Yo no sé de perdones. El microbús se detuvo, volteé y pude ver su cabello de oro flotando en el aire del mediodía.

© 2006 Enrique Monroy
© 2025 Enrique Monroy. Registrado en Safe Creative.
Cuento escrito el 20 de febrero de 2006, titulado originalmente ‘El cuerpo’; fue publicado en el número 4 de la revista de la UACM Cuautepec, Tlillan Tlapallan en 2014.

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