Cuento | Nota previa
—La verdad es que nosotros tampoco lo tenemos muy claro, no es algo que hayamos previsto, ¿sabes? —dijo Kenia—, estamos muy avergonzados contigo, hacerte pasar por todo esto. No quisiera estar en tu lugar si te soy honesta, tienes un temple demasiado fuerte a decir verdad. Yo misma le dije al Comité que debíamos hacer un análisis más profundo de la situación, pero al parecer el Doctor fue muy claro al respecto. ¿Has leído la nota?
—¿Ah?
—¿Ah?
Laura trató de mantener la calma mientras le marcaba a su hermana, el teléfono sonó una vez y colgó de inmediato, pensó mejor en enviar un mensaje. No deseaba llorar, hacer una escena delante de todos.
—¿Que si has leído la nota?
—Este… No. La verdad es que no. Sé lo mismo que ustedes.
—Están ahora mismo buscando algo más en los archivos del Doctor, alguien dice que hay una nota más extensa. Nico está con ellos, me dijo que vendrá en un momento.
Kenia empujó una puerta grande y pesada de vidrio. Al fondo había una cafetería. Una corriente de aire les movió el pelo. Tomaron asiento en una mesa en la que Laura de nuevo tuvo memorias.
—He pedido ya dos capuchinos, sé que te encanta el capuchino, le he pedido un americano a Nico, ya lo conoces, siempre dice que los capuchinos son para mujeres.
Laura le dijo que estaba bien.
—Trato de entender toda esta situación, pero la verdad es muy difícil. Lo siento tanto por ti.
Laura suspiró y miró hacia el fondo de la plazoleta. El sol perdió fuerza. Se encendieron algunas luces.
—Lo sé, Ken, y muchas gracias por estar conmigo… La verdad es que siendo sincera, no me esperaba todo esto. Estoy entre devastada y confundida.
—Te diría que todo saldrá bien, pero ya sabes, la Academia siempre es así, tan llena de grupos e intereses. Es en momentos como este cuando se aprovechan de cualquier situación para sacar ventaja. No creo que cedan para nada. Terminarán dándole todo a Carolina. No entiendo en qué estaba pensando el Doctor, fuiste su mano derecha por tantos años, su niña predilecta por así decirlo.
Laura agachó la cabeza y comenzó a jugar con una servilleta. Su móvil vibró y miró el mensaje. Era su hermana. De pronto recordó que ella misma había hecho todo lo posible por sacar a Kenia del universo del Doctor Romero para ocupar su lugar.
“No te preocupes, en un momento lo comparto en el grupo de la familia”. Laura dejó caer el móvil en la mesa de acrílico marmoleado. Se recargó en el respaldo de su silla y resopló con fuerza, se llevó las manos a la cara, quería irse a casa.
—Ya no hay nada más qué hacer o decir —dijo Laura—. Así lo dejó claro el Doctor. Tengo en estos momentos un sentimiento de traición que no sé muy bien cómo podré manejar.
—Entiendo, pero mira, al menos nada cambiará, todo seguirá igual, ya verás. Verán la forma de compensarte, Nico no creo que te deje tirada. Ni yo, por supuesto. No quedarás mal Laura, lo mereces todo después de tantos años de trabajo.
Laura siguió jugando con la servilleta. Agachó la mirada.
—Lo sé. No me preocupa eso, como dices, sé que todo seguirá igual, y al final creo que es eso, que nada cambiará en mi vida. Todo ese largo camino, ¿sabes?, ese largo y duro camino para quedarme en el mismo lugar. No creo que tenga otra oportunidad; y no creo que sea culpa de Carolina, ella también ha estado con nosotros, con el Doctor sobre todo. Era yo, ella, o Pedro. En ese orden.
Kenia también agachó la cabeza, se quedaron calladas por un momento. Bebieron sus capuchinos, platicaron de la familia, recordaron algunos momentos juntas en esos innumerables congresos estudiantiles, se confesaron algunos secretos.
—¿Recuerdas ese congreso en Cancún?
—¿Cómo olvidarlo?... —dijo Laura sonriendo, mirando la bola de papel casi destruida que tenía entre sus manos.
Laura recordó aquella noche. Tenía una foto en su oficina de ese día, sonriendo, ebria, mirando a la cámara con todo ese júbilo que nunca más pudo recuperar. Esa noche se besó con Raimundo, se besaron para después terminar en la habitación del Doctor Romero. Lo recordaba todo tan nítido; pero después de aquel congreso todo cambió.
Nicolás llegó, les sonrió y las besó en la mejilla, dejó caer sus llaves en la mesa, sacó el aire y se aflojó un poco la corbata, les dijo que tenía hambre y sed. Las bromeó un poco.
—Te pedí un americano, pero ya debe estar frío.
Nicolás le dijo a Kenia que no se preocupara, que pediría otro, las invitó a cenar. Le dijeron que no. Kenia les dijo que debía retirarse, que ya era tarde. Laura y Nicolás se levantaron y la despidieron. Laura abrazó a Kenia con fuerza, la apretó por la espalda y le agradeció todo lo que había hecho por ella durante el día.
—Pide algo, aunque sea un pastel, anda.
Laura lo negó.
—¿No has comido?
—No.
—Te pasas. Anda, acompáñame a comer al menos, déjame pedirte un pastel, lo compartimos si quieres, pero necesitas comer algo.
Laura aceptó, y de nuevo agachó la cabeza.
—Quedarás bien, aún tenemos algunas brechas disponibles para que estés mejor. Carolina por fortuna es del grupo, por eso estamos tranquilos, lo lamentan por supuesto y hay desconcierto, pero quieren terminar con el tema. Se rumora mucho lo de Raimundo contigo, pero logré desviar el tema. Carolina tomará posesión el lunes. Lo siento mucho, querida —dijo Nicolás, acariciándole la barbilla.
Laura movió la cuchara pequeña dentro del café. Lloró un poco. Nicolás le tomó la mano con suavidad, la apretó fuerte y le dijo que todo estaría bien, que no la dejaría sola.
—Se propuso que seas la Directora de Fractal. Bueno, lo he conseguido. Comenzarás para el siguiente número. Tienes buen tiempo para ponerte en orden.
Laura lo miró por un momento y sintió amor intenso.
—¡En serio!... ¡Dios, Nico!, eso es muy lindo de tu parte, era uno de mis objetivos este año… Digo, hubiera querido llegar de otra manera pero… ¡Dios, gracias!, ¡en serio!
Nicolás sonrió, tomó un sorbo de su café frío.
—Sé lo mucho que significa para ti.
—¿Qué pasará con Sabina?
—Conseguimos darle dos años de intercambio docente en Alemania, ya lo había pedido, y se pudo lograr hace rato. Esa estancia le vendrá de maravilla para su currículo. Cuando regrese estará mejor.
Laura sonrió. Miró con atención a Nicolás. Sintió admiración.
—Dios, Nico, has crecido tanto.
La mesera llegó y colocó los platillos sobre la mesa.
—Tú me diste ese empujoncito, ¿recuerdas?
Laura asentó.
—Hay que establecer el orden de las cosas, el caos lleva al orden. Van de la mano —dijo Nico.
Laura lo volvió a mirar y dejó la servilleta sobre la mesa.
—Y a todo esto, ¿cómo estás? —dijo Nicolás, comiendo un poco.
—Pues… Ya mejor. A tu lado siempre me siento bien, pero si estoy desconcertada. No sé qué pensar.
—¿Leíste la nota?
—Sí. No había nada. Solo eso.
Nicolás miró a Laura por un momento, dejó su baguette en el plato y la tomó por la barbilla de nuevo, la besó apenas.
—¡Ey!, independientemente de todo, de lo nuestro, eres una excelente académica.
—Gracias, en verdad Nico —dijo Laura mirándolo a los ojos—, pero me siento sucia también por todo lo que he hecho, sé qué estoy pagando de alguna manera mis pequeños abusos de poder.
Nicolás lo niega con la cabeza.
—Todos traicionamos. No te culpes.
Laura bajó la mirada y partió un pedazo de pastel.
—No sé qué haría sin ti Nico, en verdad.
—Ni yo sin ti. Tantas cosas que hemos pasado juntos —dijo Nicolás, sonriendo.
Laura suspiró y sonrió también. Partió de nuevo el pastel. El postre perdió su forma y el chocolate líquido se desbordó por los costados.
—Creo que nunca te lo he dicho pero, perdóname por lo de Raimundo en su momento, nunca lo platicamos.
—Esa noche los vi en la playa, me viste, no era necesario decir algo.
—¿Que si has leído la nota?
—Este… No. La verdad es que no. Sé lo mismo que ustedes.
—Están ahora mismo buscando algo más en los archivos del Doctor, alguien dice que hay una nota más extensa. Nico está con ellos, me dijo que vendrá en un momento.
Kenia empujó una puerta grande y pesada de vidrio. Al fondo había una cafetería. Una corriente de aire les movió el pelo. Tomaron asiento en una mesa en la que Laura de nuevo tuvo memorias.
—He pedido ya dos capuchinos, sé que te encanta el capuchino, le he pedido un americano a Nico, ya lo conoces, siempre dice que los capuchinos son para mujeres.
Laura le dijo que estaba bien.
—Trato de entender toda esta situación, pero la verdad es muy difícil. Lo siento tanto por ti.
Laura suspiró y miró hacia el fondo de la plazoleta. El sol perdió fuerza. Se encendieron algunas luces.
—Lo sé, Ken, y muchas gracias por estar conmigo… La verdad es que siendo sincera, no me esperaba todo esto. Estoy entre devastada y confundida.
—Te diría que todo saldrá bien, pero ya sabes, la Academia siempre es así, tan llena de grupos e intereses. Es en momentos como este cuando se aprovechan de cualquier situación para sacar ventaja. No creo que cedan para nada. Terminarán dándole todo a Carolina. No entiendo en qué estaba pensando el Doctor, fuiste su mano derecha por tantos años, su niña predilecta por así decirlo.
Laura agachó la cabeza y comenzó a jugar con una servilleta. Su móvil vibró y miró el mensaje. Era su hermana. De pronto recordó que ella misma había hecho todo lo posible por sacar a Kenia del universo del Doctor Romero para ocupar su lugar.
“No te preocupes, en un momento lo comparto en el grupo de la familia”. Laura dejó caer el móvil en la mesa de acrílico marmoleado. Se recargó en el respaldo de su silla y resopló con fuerza, se llevó las manos a la cara, quería irse a casa.
—Ya no hay nada más qué hacer o decir —dijo Laura—. Así lo dejó claro el Doctor. Tengo en estos momentos un sentimiento de traición que no sé muy bien cómo podré manejar.
—Entiendo, pero mira, al menos nada cambiará, todo seguirá igual, ya verás. Verán la forma de compensarte, Nico no creo que te deje tirada. Ni yo, por supuesto. No quedarás mal Laura, lo mereces todo después de tantos años de trabajo.
Laura siguió jugando con la servilleta. Agachó la mirada.
—Lo sé. No me preocupa eso, como dices, sé que todo seguirá igual, y al final creo que es eso, que nada cambiará en mi vida. Todo ese largo camino, ¿sabes?, ese largo y duro camino para quedarme en el mismo lugar. No creo que tenga otra oportunidad; y no creo que sea culpa de Carolina, ella también ha estado con nosotros, con el Doctor sobre todo. Era yo, ella, o Pedro. En ese orden.
Kenia también agachó la cabeza, se quedaron calladas por un momento. Bebieron sus capuchinos, platicaron de la familia, recordaron algunos momentos juntas en esos innumerables congresos estudiantiles, se confesaron algunos secretos.
—¿Recuerdas ese congreso en Cancún?
—¿Cómo olvidarlo?... —dijo Laura sonriendo, mirando la bola de papel casi destruida que tenía entre sus manos.
Laura recordó aquella noche. Tenía una foto en su oficina de ese día, sonriendo, ebria, mirando a la cámara con todo ese júbilo que nunca más pudo recuperar. Esa noche se besó con Raimundo, se besaron para después terminar en la habitación del Doctor Romero. Lo recordaba todo tan nítido; pero después de aquel congreso todo cambió.
Nicolás llegó, les sonrió y las besó en la mejilla, dejó caer sus llaves en la mesa, sacó el aire y se aflojó un poco la corbata, les dijo que tenía hambre y sed. Las bromeó un poco.
—Te pedí un americano, pero ya debe estar frío.
Nicolás le dijo a Kenia que no se preocupara, que pediría otro, las invitó a cenar. Le dijeron que no. Kenia les dijo que debía retirarse, que ya era tarde. Laura y Nicolás se levantaron y la despidieron. Laura abrazó a Kenia con fuerza, la apretó por la espalda y le agradeció todo lo que había hecho por ella durante el día.
—Pide algo, aunque sea un pastel, anda.
Laura lo negó.
—¿No has comido?
—No.
—Te pasas. Anda, acompáñame a comer al menos, déjame pedirte un pastel, lo compartimos si quieres, pero necesitas comer algo.
Laura aceptó, y de nuevo agachó la cabeza.
—Quedarás bien, aún tenemos algunas brechas disponibles para que estés mejor. Carolina por fortuna es del grupo, por eso estamos tranquilos, lo lamentan por supuesto y hay desconcierto, pero quieren terminar con el tema. Se rumora mucho lo de Raimundo contigo, pero logré desviar el tema. Carolina tomará posesión el lunes. Lo siento mucho, querida —dijo Nicolás, acariciándole la barbilla.
Laura movió la cuchara pequeña dentro del café. Lloró un poco. Nicolás le tomó la mano con suavidad, la apretó fuerte y le dijo que todo estaría bien, que no la dejaría sola.
—Se propuso que seas la Directora de Fractal. Bueno, lo he conseguido. Comenzarás para el siguiente número. Tienes buen tiempo para ponerte en orden.
Laura lo miró por un momento y sintió amor intenso.
—¡En serio!... ¡Dios, Nico!, eso es muy lindo de tu parte, era uno de mis objetivos este año… Digo, hubiera querido llegar de otra manera pero… ¡Dios, gracias!, ¡en serio!
Nicolás sonrió, tomó un sorbo de su café frío.
—Sé lo mucho que significa para ti.
—¿Qué pasará con Sabina?
—Conseguimos darle dos años de intercambio docente en Alemania, ya lo había pedido, y se pudo lograr hace rato. Esa estancia le vendrá de maravilla para su currículo. Cuando regrese estará mejor.
Laura sonrió. Miró con atención a Nicolás. Sintió admiración.
—Dios, Nico, has crecido tanto.
La mesera llegó y colocó los platillos sobre la mesa.
—Tú me diste ese empujoncito, ¿recuerdas?
Laura asentó.
—Hay que establecer el orden de las cosas, el caos lleva al orden. Van de la mano —dijo Nico.
Laura lo volvió a mirar y dejó la servilleta sobre la mesa.
—Y a todo esto, ¿cómo estás? —dijo Nicolás, comiendo un poco.
—Pues… Ya mejor. A tu lado siempre me siento bien, pero si estoy desconcertada. No sé qué pensar.
—¿Leíste la nota?
—Sí. No había nada. Solo eso.
Nicolás miró a Laura por un momento, dejó su baguette en el plato y la tomó por la barbilla de nuevo, la besó apenas.
—¡Ey!, independientemente de todo, de lo nuestro, eres una excelente académica.
—Gracias, en verdad Nico —dijo Laura mirándolo a los ojos—, pero me siento sucia también por todo lo que he hecho, sé qué estoy pagando de alguna manera mis pequeños abusos de poder.
Nicolás lo niega con la cabeza.
—Todos traicionamos. No te culpes.
Laura bajó la mirada y partió un pedazo de pastel.
—No sé qué haría sin ti Nico, en verdad.
—Ni yo sin ti. Tantas cosas que hemos pasado juntos —dijo Nicolás, sonriendo.
Laura suspiró y sonrió también. Partió de nuevo el pastel. El postre perdió su forma y el chocolate líquido se desbordó por los costados.
—Creo que nunca te lo he dicho pero, perdóname por lo de Raimundo en su momento, nunca lo platicamos.
—Esa noche los vi en la playa, me viste, no era necesario decir algo.
—Pero nunca tuve la oportunidad de decirte cuanto lo sentía.
—Lo sé, Lau. Lo entiendo. No te preocupes por eso.
Laura bebió su café.
Nicolas recibió un mensaje. Laura lo alcanzó a leer de reojo, era de Carolina.
—Tengo que coordinarme con Carolina para lo que viene.
—Claro, entiendo.
Ambos se miraron. Se dijeron que se amaban. Se miraron con nostalgia.
—Nadie tampoco me ha perdonado por lo que hizo Raimundo. Creo que lo estoy pagando. Eso y lo de Romero.
—Lo de Raimundo fue una tragedia, un joven tan dotado mentalmente... Era un adulto Laura, nadie puede ser culpable de nada.
—Ese lunes, un día antes... Le dije que deseaba quedarme a tu lado, que tenía a Uriel. Él tenía que irse a Grecia, quería que me fuera con él, no podía simplemente...
—¡Ey, ey!... Ellos ya no están.
Laura asentó, bajó la mirada y bebió de su café. Nicolás la miró y acarició con lentitud el rostro de Laura.
—La verdad no existe, preciosa, es tan solo una percepción muy particular, de cada individuo; no existe como una unidad establecida como valor universal —dijo Nicolas.
Laura se acercó a Nicolas, lo besó un poco en la mejilla, en el cuello.
—Ven a mi casa, Uriel no está —le dijo Laura al oído.
—Los viernes no puedo, ya sabes como es Vera. Pero el lunes vamos a comer a ese lugarcito del que te he hablado.
Nicolás llamó a la mesera y pidió la cuenta. Laura lo miró con nostalgia. Sintió algo. Se dijeron cosas amorosas. Se levantaron de la mesa y se acomodaron los trajes.
—Deberías festejar de todas maneras con tu familia. Lo que sigue es importante.
—¿Irías?, digo, lo acomodaría para que fueras.
—Claro. Sabes que sí.
Caminaron juntos hasta el estacionamiento. Se dieron un beso intenso en la intimidad de la oscuridad. Se miraron las caras, los ojos, los labios.
—Te veo el lunes —dijo Nicolás, alejándose de Laura.
—¡No te me pierdas eh! —dijo Laura.
Nicolás se detiene a medio camino y le grita:
—¡Nunca!
Laura sonrió pero sintió un hueco en la boca del estómago, supuso que tenía hambre. Abrió la portezuela de su Volvo. Se acomodó en el asiento y encendió un cigarrillo. Recordó al Doctor Romero y a Raimundo, esa noche en aquel hotel de Cancún. Recordó cuando el Doctor, desnudo, la miró desde la puerta del baño y le dijo que verla en su cama le recordaba tanto a la Mariana de García Ponce, mientras Raimundo la penetraba de espalda y le daba besos en el cuello. Esa era ella. Esa era su verdad. Se colocó el cinturón de seguridad y encendió la radio. Salió del cajón de estacionamiento y a lo lejos vio el coche de Nicolas detenerse. Vio más allá. Era Carolina, caminando y luego subiendo al coche de Nicolas. Los vio besarse, irse. Trago saliva y comenzó a llorar.
—La verdad no existe, preciosa, es tan solo una percepción muy particular, de cada individuo; no existe como una unidad establecida como valor universal —dijo Nicolas.
Laura se acercó a Nicolas, lo besó un poco en la mejilla, en el cuello.
—Ven a mi casa, Uriel no está —le dijo Laura al oído.
—Los viernes no puedo, ya sabes como es Vera. Pero el lunes vamos a comer a ese lugarcito del que te he hablado.
Nicolás llamó a la mesera y pidió la cuenta. Laura lo miró con nostalgia. Sintió algo. Se dijeron cosas amorosas. Se levantaron de la mesa y se acomodaron los trajes.
—Deberías festejar de todas maneras con tu familia. Lo que sigue es importante.
—¿Irías?, digo, lo acomodaría para que fueras.
—Claro. Sabes que sí.
Caminaron juntos hasta el estacionamiento. Se dieron un beso intenso en la intimidad de la oscuridad. Se miraron las caras, los ojos, los labios.
—Te veo el lunes —dijo Nicolás, alejándose de Laura.
—¡No te me pierdas eh! —dijo Laura.
Nicolás se detiene a medio camino y le grita:
—¡Nunca!
Laura sonrió pero sintió un hueco en la boca del estómago, supuso que tenía hambre. Abrió la portezuela de su Volvo. Se acomodó en el asiento y encendió un cigarrillo. Recordó al Doctor Romero y a Raimundo, esa noche en aquel hotel de Cancún. Recordó cuando el Doctor, desnudo, la miró desde la puerta del baño y le dijo que verla en su cama le recordaba tanto a la Mariana de García Ponce, mientras Raimundo la penetraba de espalda y le daba besos en el cuello. Esa era ella. Esa era su verdad. Se colocó el cinturón de seguridad y encendió la radio. Salió del cajón de estacionamiento y a lo lejos vio el coche de Nicolas detenerse. Vio más allá. Era Carolina, caminando y luego subiendo al coche de Nicolas. Los vio besarse, irse. Trago saliva y comenzó a llorar.
© 2006 Enrique Monroy
© 2025 Enrique Monroy. Registrado en Safe Creative.
Nota: texto escrito el 6 de noviembre de 2006. Es un cuento inédito.