Texto | El asesinato de Charlie Kirk




El asesinato de Charlie Kirk, y el resentimiento de la izquierda

por Enrique Monroy


Charlie Kirk, activista político de 31 años y cofundador de Turning Point USA, fue asesinado por Tyler Robinson el 10 de septiembre de 2025, mientras participaba en un evento en la Utah Valley University (Universidad del Valle de Utah). El evento denominado "The American Comeback Tour," era el inicio de una serie de apariciones programadas en diferentes universidades de los Estados Unidos. El tiroteo ocurrió a las 12:23 p. m., mientras Kirk estaba en el escenario respondiendo a una pregunta de un estudiante sobre las personas transgénero y los tiroteos masivos. Un solo disparo, proveniente del techo del Losee Center a 142 yardas de distancia, impactó a Kirk en el cuello. Fue declarado muerto en un hospital cercano.

La figura de Kirk se había consolidado como una "estrella conservadora" y un aliado clave del presidente Donald Trump. A través de Turning Point USA, una organización que fundó a los 18 años, ejerció una influencia significativa en los campus universitarios, promoviendo la retórica de la "guerra cultural" en una sociedad (conflicto ideológico entre distintos grupos sociales) y la teoría del "gran reemplazo" (sustitución sistemática de cierta población por otra). Su estilo de activismo se caracterizó por su defensa de lo que él consideraba la "libertad de expresión". En un acto que algunos de sus admiradores consideraron profético, Kirk había publicado en línea sus pensamientos sobre una "cultura del asesinato" que se estaba extendiendo entre la izquierda. El asesinato, cometido en un Estado conservador y mormón, implicaba una retórica retadora para una derecha que se asienta cada día más en el pensamiento de una clase media golpeada, asfixiada y cansada por las políticas progresistas que parecen tener sus días contados.

El concepto de ressentiment fue prominentemente articulado por el filósofo Friedrich Nietzsche, quien lo describió como una reacción de los débiles o impotentes. Para Nietzsche, aquellos incapaces de crear o actuar positivamente buscan excusas para su miseria y culpan a otros, especialmente a los "fuertes" o "libres," de sus propios fracasos. En esta visión, el resentimiento no es una respuesta activa, sino un mecanismo de defensa que evita la autocrítica y transfiere la culpa a fuerzas externas.   

Esta idea fue desarrollada más a fondo por el filósofo Max Scheler, quien describió el resentimiento como una "autointoxicación psíquica". Según Scheler, esta emoción negativa, que se revive repetidamente, penetra en el núcleo de la personalidad y se manifiesta como una hostilidad y una secreta sed de venganza. El resentimiento, en este sentido, corroe el interior del individuo y lo impulsa a juzgar a los demás a través de un lente de amargura, llegando incluso a justificar acciones violentas.

El discurso político contemporáneo ha adoptado y simplificado este concepto filosófico, aplicándolo de forma unilateral para deslegitimar a los adversarios. Esta perspectiva argumenta que una de las principales directrices de los izquierdistas es su "sed de venganza" y que su resentimiento social se dirige contra los ricos, los empresarios y la "familia tradicional". La narrativa del resentimiento de izquierda a menudo sostiene que el fracaso personal se convierte en un odio que se regenera a sí mismo, culpando a los sectores acomodados o estables en lugar de asumir la responsabilidad individual.

La psicología de este fenómeno sugiere que es más fácil "llevar el rencor en grupo". Las causas sociales pueden convertirse en un espejo para proyectar las propias carencias, lo que atrae a individuos a una "masa inconsciente" que piensa de la misma manera. En este contexto, figuras "resentidas y carismáticas"  pueden servir como líderes, cultivando un sentimiento de pertenencia y legitimando la ira colectiva. Esta dinámica es un motor clave del populismo, que se nutre de la frustración y el descontento social.

En el discurso político, el uso del concepto de resentimiento es una táctica para invalidar las críticas del oponente. Por ejemplo, un reclamo de justicia social o una protesta contra la desigualdad económica es rebautizado como "resentimiento" o "envidia" para socavar su legitimidad moral. Esta táctica, al enmarcar la protesta como un síntoma de una patología personal en lugar de una respuesta a problemas sistémicos, desvía la atención de las causas subyacentes y legitima la represión del disenso. Esta patologización colectiva convierte las críticas políticas legítimas en síntomas de una enfermedad mental o moral, eliminando la necesidad de buscar soluciones políticas y sustentando la represión.

La historia del siglo XX registra crímenes de violencia masiva perpetrados por regímenes de izquierda. Uno de los casos más notables es el Holodomor en la Unión Soviética, una hambruna artificial que tuvo lugar entre 1932 y 1933. Si bien la hambruna afectó a varias regiones, su punto más álgido fue en Ucrania, donde la confiscación intencional de cosechas y el bloqueo de la ayuda alimentaria por parte del régimen de Stalin causaron la muerte de millones de personas. Gobiernos de varios países han reconocido oficialmente el Holodomor como un genocidio intencional contra el pueblo ucraniano.

Otro ejemplo paradigmático es el Genocidio Camboyano perpetrado por el régimen de los Jemeres Rojos bajo el liderazgo de Pol Pot, entre 1975 y 1979. Inspirado en una versión radical del maoísmo, el régimen impuso un "Año Cero," evacuando a la fuerza a la población de las ciudades al campo para crear un estado agrario autosuficiente. Se abolió la propiedad privada, se prohibieron las manifestaciones religiosas y se persiguió a intelectuales, minorías étnicas y todo vestigio de la "cultura occidental". Se estima que aproximadamente 1.7 millones de personas murieron como resultado de este plan de exterminio.

El hilo conductor de los genocidios y masacres históricas de la URSS, Camboya y China es su naturaleza como regímenes totalitarios. Estos estados tienden a eliminar los contrapesos democráticos, centralizan el poder y utilizan el terror y la violencia a gran escala como instrumentos de control y transformación social. El totalitarismo se nutre de una ideología dogmática que, al no tener oposición, puede justificar cualquier nivel de violencia para lograr una utopía ideológica, como la creación de un "nuevo hombre" o la eliminación de "enemigos de clase".

En los regímenes totalitarios, la ideología requiere un "enemigo" interno (como los kulaks en la URSS o los intelectuales en Camboya) cuya existencia justifica la violencia masiva. De manera similar, en el discurso polarizado contemporáneo, el adversario político se transforma en un "enemigo" al que se le atribuyen todos los males de la sociedad.

El asesinato de Charlie Kirk es un trágico síntoma del nivel de polarización extrema que puede derivar en actos de violencia social en contra de objetivos previamente elegidos para desmoralizar a sectores específicos de una población. El verdadero nexo que une el gran resentimiento social de la izquierda, es el peligroso ciclo de la demonización política. La "guerra cultural" y la deshumanización de la oposición gubernamental, pueden escalar la desconfianza hasta un punto de no retorno, alimentando la violencia sectorial y política, para reavivar la división social y el mantenimiento de gobiernos autoritarios.

© 2025 Enrique Monroy
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